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domingo, 11 de septiembre de 2011

Shanghái, dulce hogar

Llevo 10 días en Shanghái y ya me siento como en casa. Desde una pequeña cafetería de estilo irlandés, me paro despúes de una semana tan estresante a escribir lo que pudiera ser el comienzo de mi diario shanghainés. Me acompaña un rico caffè macchiato y me rodean sujetos de nacionalidades dispares, ninguno occidental debo añadir. La sensación es extraña, bella y confusoria.


La banda sonora que acompaña este momento es relajante y la decoración me hace olvidar que haya volado varios cientos de kilómetros para estar aquí. El ruido de los coches interrumpe en ocasiones la tranquilidad. La carretera es una lucha encarnizada de vehículos dispuestos a ser los primeros en llegar, cueste lo que cueste. Y los viandantes se mueven como serpientes entre todo ese atasco como si no le dieran importancia alguna.


Tengo mucho que escribir y no sé por donde empezar. De momento lo dejo aquí. Voy a hincarle el diente al pastel de chocolate que el camarero me ha servido tímidamente.

Mi primera semana se resume en taxis que derrapan, rascacielos amenazantes y mucha, mucha locura: Bienvenidos a Shanghái










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